Principiante

dsc_0311-ii-iphoto.jpg¿Cómo definir esa sensación de ir al Sur Argentino a pescar, simplemente a pescar? Soy hermano menor de una familia de ocho integrantes (mis viejos y cinco hermanos), con varias características heredadas de los más grandes, desde ideologías, gustos musicales, futboleros, hasta la indescriptible pasión por la pesca con mosca.

Con pasaje en mano rumbo a San Martin de los Andes, a visitar a Diego, más que hermano, un amigo. Cuando le confirmé mi presencia para estos días, su respuesta fue “te espero en la terminal, con el gomón enganchado a la chata…”. Siento que las horas no pasan, que todo, o casi todo, es secundario, casi te diría, un fanatismo preocupante.

Todo arranco en el jardín de casa, hace algunos años, ahí fue mi primer contacto con una caña de mosca. Diego estaba practicando para su semana anual de pesca sus amigos y me dijo: “Fede, tenés que probar esto, no pierdas el tiempo”. Yo me consideraba, desde chico, fanático de la pesca, pero de la boya y el paternóster, de la tararira y el dorado. Hace dos años mi entusiasmo fue creciendo, hasta que decidí hacer mi primer viaje al sur, simplemente para pescar, motivado por los apasionados de la familia. Fui con Merce, mi única hermana, Enrique, su marido, y una novia de aquellos tiempos…

Fue en abril, increíble época para ver nacer el otoño, todavía tengo en mi mente las  imborrables imágenes de los árboles dorados, con sus hojas cayendo sobre el Chimehuin, los waders puestos por primera vez, las botas, el armado de la caña, el atado de la mosca y los primeros pasos en el río… Ahí estaba, debutando. Excelente día ese, pero de pesca mejor ni hablar, ni un sólo pique, aunque a esa altura me conformaba simplemente con el paisaje. El segundo día amaneció nevando, mi cuñado desde la cama me dijo: “Con esta nieve vas a salir? Andá vos, más tarde voy..” era entendible, la cama era mucho mas tentadora para un pescador que tiene varias temporadas encima, pero no para mí, un principiante.

Salí nomás, temprano, alrededor de las siete y media. Camine 10 metros y me dí cuenta que nevaba fuerte, y hacia frío, en serio, no como en Buenos Aires. Fueron momentos de duda, pero el hecho de no volver a la cabaña y darle la razón a mi cuñado fue suficiente para seguir. Caminé un largo rato hasta que encontré una lagunita, de esas que nacen de los brazos del Chimehuin. Mi cabeza automáticamente dijo “acá me quedo, y acá voy a sacar mi primera trucha”. Pasó la media hora bajo la nieve y la llovizna, casteando y casteando, las veía a ellas, salían a la superficie casi en tono de burla, como diciendo: “dale flaco, no es muy difícil pescar acá, somos varias, el lugar es chico, que más querés…” pero me faltaba algo. Miré las moscas y pensé que la que estaba usando, evidentemente no era la indicada (pensar también es parte de la pesca). Entre varias que tenia en el chaleco mosquero del Mono, otro hermano más, vi una Atractor, una porquería de goma negra y amarilla que no decía nada y ,riéndome, la agarré.

DSC_0264Desaté la otra mosca y con las manos temblando logré atar, casi con desprecio, al bicho de goma en el líder. Cambió mi casteo, lo sentía diferente, mi poca experiencia me decía que estaba haciendo las cosas “relativamente de manual” y creo que por esa razón llegó el premio. ¡Que lindo ver como trabajaba la mosca sobre el agua! Con dos o tres tiros note movimiento, sabia que había elegido bien y que era cuestión de tiempo. En el cuarto tiro, vi una trucha marrón abrir la boca como un cocodrilo para agarrar la mosca… Qué adrenalina tenía, Dios… pero la inexperiencia me jugó una mala pasada, recogí demasiado rápido la linea y la trucha reculo enseguida.

Tuve revancha, esta vez sí. Veía la aleta que se acercaba a la mosca y por dentro me decía: “tranquilo, traquilo”. Fueron 5 segundos, para mi 5 siglos, pero esta vez aprendí la lección, la recogí despacito, despacito y por fin la marrón devoró la Atractor, todo en milésimas de segundos; pegué el tirón y ahí si.. ¡AAAAAAAAAAH! ¡COMO SALTABA ESA TRUCHA!

Ahí estaba yo, en la nieve, con 5 grados bajo cero, sintiendo los tirones en mi brazo derecho, mirando la caña a punto de partirse, que sensación inexplicable… Y salió, qué cosa linda, todavía no me olvido la cara que tenía, como un sobrino con palitos de la selva…

Así fue mi primera conquista y la razón de mi delirio por este deporte. Con 23 años recién arranco, y me queda mucho (demasiado) por aprender.

Un abrazo de un mosquero principiante.

(Enero 2011)