Días sin pesca

Hace días que no pesco, en realidad, hace días que no saco una trucha, porque a lo que se le dice pescar pesco. Es decir, intento pescar mientras estoy horas pescando. Y ya pasaron cuatro amaneceres y los bichos no aparecen.

Son las 10 de la mañana, Belucha duerme, el agua se está calentando para los primeros mates del día, todavía con los pies fríos y los dedos de la mano arrugados por el agua. Estuve desde las 7 hasta las 10 de la mañana pescando y los piques siguen sin aparecer. Tocan la puerta, es Ignacio, el vecino de la cabaña que viene a preguntarme si quiero una parrilla que encontró debajo de unos pinos para usar en la chimenea. Le contesto que sí, que gracias, y noto que su mirada se detiene en mi pecho como si hubiera visto una araña. “¿Pescas con mosca?” me pregunta. Le respondo medio molesto: “Si, por el chaleco preguntás…”, “Sí, qué bueno. Yo estoy arrancando con el tema, me compré todo el equipo afuera y pasé de pescar con cucharita a probar con mosca…”. Sigue hablando mientras me importa cada vez menos su historia porque empiezo a escuchar la pava que silba y lo único que quiero es apagar el fuego antes de que se hierba el agua. Pero insiste: “Estuve en Estados Unidos, en el local de Orvis y me traje un equipito completo, compré waders, botas, caña, líneas…” mientras pienso que hace 7 años que pesco con mosca y mi equipo no le llega ni a los talones. Florece la envidia, el enojo, la impaciencia, el frío en los pies que aumenta por la puerta abierta y la pava que grita. Razones suficientes para mandar a Ignacio a cagar, pero vino con un buen gesto, el de la parrilla, que hasta ahora, es por lo único que no pierdo los estribos. “Si querés a la tarde te acompaño a pescar un rato” me pregunta casi condicionándome. “Mirá, lo veo difícil porque tengo programa con la patrona, pero andá vos. Estuve toda la mañana pescando en una piedras acá abajo, 300 metros a la derecha, son negras y grandes, ahí tenés unos pozones lindos con unas truchas enormes que Santiago, el propietario, me dijo que pruebe. Yo probé y nada porque no tengo línea de hundimiento… pero quizás vos tenés suerte”. El dato es certero, hay piedras, hay pozones, pero no tuve un solo pique con la línea de flote, ojalá que tanta precisión sea suficiente para que vuelva a su cabaña, porque el agua ya se hirvió. Ignacio se va, acaba de llevarse la información más importante de mi estadía, y lo hizo gratuitamente… Compartirle “el lugar donde están las truchas” por el simple hecho de querer cerrar la puerta lo antes posible me dejó vació.

Pasaron las horas. Son las cinco de la tarde, estoy caminando con Belucha por el cerro Llao Llao, llevamos cuarenta y cinco minutos de caminata ascendente, las piernas empiezan a flaquear, el oxígeno a faltar y lo único que salva el desgano es el imponente paisaje. Me suena el celular, no coincide el sonido con el entorno, saco el teléfono del bolsillo chistando y de mala manera, como putéandolo por ser tan desubicado de sonar en el medio de la montaña. Es un mensaje de Ignacio. Tiene una foto con un subtitulo que dice “¡Gracias por el dato!”. La foto sigue borrosa porque hay poca señal, la ansiedad aumenta de 0 a 100 en cuestión de segundos. La foto se baja, la veo nítida, mi corazón se acelera; el hijo de puta clavó una trucha marrón de cuatro kilos. Grito fuerte, al cielo, rompiendo todo el silencio de la montaña “¡ME CAGASTE EL DÍA IGNACIO!”. Belu se acerca preocupada, “qué pasó con Ignacio” la miro con cara de perro mojado “me cagó, le pasé el dato que me dio Santiago” y empieza a reír a carcajadas intuyendo lo peor “no me digas que Ignacio pescó”. Guardo el teléfono y empiezo a caminar rápido tratando de sacar la calentura, pero a los 50 metros mi cuerpo me pide que descargue por otro lado. Me agarro de un árbol, agitado, ahora estoy enojado y sin aire. Después de un rato llegamos a la cumbre, la inmensidad de las montañas, los lagos que parecen charquitos, los autos que parecen hormigas… Belu me pide que me acerque para sacar una foto pero no logro interpretarla, en lo único que pienso es en la trucha que sacó Ignacio. Volvemos, yo con el ánimo por el piso, ella alegre como siempre.

Ya es de noche en la cabaña, abro un vino y empiezo a ordenar los troncos para prender el fuego en la chimenea. El celular que interrumpe la paz de este rito sagrado, lo agarro de mal modo, otra vez. Un mensaje. Es de Ignacio. Tiene una foto con subtitulo, se repite la escena: “Hoy se come rico” me pone, y la trucha en la parrilla. Ya van cuatro atardeceres en los que le prometí a Belu comer una trucha y no pude. Desde lo más profundo de mi ser le contesto “si serás hijo de puta… estás haciendo todo para matarme”. “Si querés mañana vamos temprano y te presto la línea”. Sorprendido por el gesto y tecleando rápido para que no llegue a dudar respondo “a las 7 abajo”. “A las 7 abajo” me contesta. Y ahora, en este preciso momento en el que me contesta, me empieza a caer bien.