El Chino y el Director

El Chino, capítulo tres del libro. La primer historia que cuento, una de las más dolorosas y de mayor enseñanza. Me enseñó tanto en aquella entrevista en la que me habló por primera vez del perdón, que gracias a él entendí que el primero en pedir disculpas, es el más valiente; que el primero en perdonar es el más fuerte; y que el primero en olvidar es el más feliz.

Desde aquella reunión, no puedo vivir con enojo hacia una persona, tengo la necesidad de pedir perdón aunque no esté del todo convencido, porque sé que eso hace bien; algo cambió en mí, para siempre y es gracias al que está en la foto.

Un día el Chino dio una charla en un colegio, y entre los que escuchaban estaba el Director; un tipo muy duro con los demás y consigo mismo, de esos difíciles de ablandar así nomás. La historia del Chino lo conmovió tanto que, al terminar, lo fue a buscar para abrazarlo y ponerse a llorar. El Chino también lloró. Ese abrazo, de sanación y perdón, hizo que el Director le escriba una carta a su padre que vive en Alemania, con quién no hablaba hace más de 20 años. En esa carta viajaba lo más lindo que puede tener el ser humano, la capacidad de pedir perdón. ¿Qué generó todo esto? La aceptación, la empatía y el amor de un padre peleado con la vida. El padre del director sacó un pasaje a Argentina al día siguiente, se encontraron en el aeropuerto y se fundieron en un abrazo eterno, sanando todo el pasado, para siempre… Un abrazo que culminó en un asado de bienvenida en la casa del Director, dónde hubo un testigo de lujo, el Chino, el verdadero héroe de esta historia. 
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