Hacia Ricardo Rojas 630, San Pedro

Agarró su moto, su mochila y la matera. No necesitó de nada más. Iba a reencontrarse con aquello que había sido y que nunca había vuelto a ser, con aquello que jamás más pudo ver porque ni su memoria era capaz de recordar. Era un viaje especial. Se lo debía hace más de 28 años. Entendía que en los últimos años de su vida, la vorágine del mundo exterior lo pasó por encima, y su mundo interior, cultivado desde hace años gracias a la oración, la cárcel y un gran terapeuta, le reclamaba este viaje.

En aquel mundo exterior donde triunfa el que más dinero gana, en el que palabra éxito es lo único que vale, él considera que triunfó. Porque siempre hizo lo que se le antojó la gana e impuso a su estilo su forma de vivir; lo hizo de la forma en que se le antojó la gana y con quién se le antojó la gana. Dios y el camino lo pusieron frente a una de las mejores personas de este mundo, su socio, con quién logró formar su propia empresa. Pasaron ya tres años y ya no sobrevive sino que vive de la forma en la que se le antoja la gana, gracias a un gran equipo de trabajo y mucho esfuerzo. Hace y deshace como quiere, cuando no le gustan las cosas se complica por demás, e intenta siempre buscar un camino diferente. Siempre aconsejado por un excelente grupo de personas que fue eligiendo a través del tiempo, los supo poner como compañeros de la vida. Hoy son sus mejores aliados.

Encontró, pescando en el río que divide al mundo exterior del interior, a una mujer especial. Una mujer que lo potencia día a día, que saca lo mejor de él y que con una simple sonrisa es capaz de derretirlo de amor. Un amor equilibrado en el que ninguno de los dos ama por demás, una relación donde lo justo es para ambos y donde se necesitan en la misma medida. Un amor que pensó no poder encontrar, pero ahí está; mejorando su mundo exterior y, sobre todo, alimentando su mundo interior. 

En aquel mundo interior donde habita el mundo interior de cada persona, donde está lo más profundo del ser humano, ahí, él vive feliz. Un mundo en donde se vive con el corazón en la mano, donde las lágrimas por una buena canción o una buena película no están mal vistas, sino aplaudidas. Un mundo en donde se come de verdad, se besa apasionadamente hasta que ardan las velas, se charla con los amigos de verdad hasta que se acabe el mate o el vino, en donde el corazón no tiene capas… Está ahí, tan sensible y penetrable, tan tangible que hasta cualquier viento fuerte lo hace arrugarse de dolor… El resultado no son más que cicatrices, llenas de experiencia y vida, llenas de historias por contar. Ese mismo mundo es el que le reclamó hace tiempo que haga este viaje.

Y hoy se animó.

Agarró su moto, su mochila y la matera. No necesitó de nada más.

Fue a conectarse con lo poco que le queda por conectar, fue a agradecerle a la vida todo lo que le tocó vivir porque gracias a eso, es la persona que es.

Y lo más importante, fue a alimentar su espíritu. Fue a perderse para encontrarse.

Se fue a la casa donde nació, allá, 142 kilómetros al norte de la Provincia de Buenos Aires, en un pueblo llamado San Pedro.

Se va hacia allá, donde no se acuerda de nada, para acordarse de todo, para seguir viviendo tan plenamente como lo hace hasta hoy y para poder decirle a ese Fede, chiquito e indefenso que camina por Ricardo Rojas, que todo, absolutamente todo, está bien.