Historias de perros

perro enjauladoLa historia que sigue relata la historia de dos perros cuya historia, sin dudas, no tienen mucha relación…

El primero de los dos canes de los cuales la historia está por arrancar, nació de la panza de Daysi, una dóberman pura. La raza de este protagonista, aunque no me acuerdo bien, estoy casi seguro que no era pura. Quizás la memoria me falle, pero creo que Daysi no tuvo una buena elección a la hora de intentar pasar una buena noche. Estaba en celo, pobre… y cuando esas cosas pasan… en fin, la naturaleza. Y hubo un privilegiado aquella noche, fue un perro pero, para que entiendas, uno vagabundo y ojo, con esto no quiero decir que me lleve mal con los vagabundos, sino que… no son de mi agrado.

Y así nació el Piojo. ¿Año? Si mal no recuerdo, 1988.

El segundo de los canes de los cuales la historia está por arrancar, tuvo suerte. En realidad, no sé si suerte, sino que los dueños de Waina, una salchicha pura, se ocuparon de que, cuando ella llegue a “su momento”, la pase bien con un perro y con un dato no menor, que sea de su raza. Cosas lógicas si uno se crió en un mundo lógico. ¿Lógico? Quizás quede mejor decir “normal”.
¿Vagabundos? No entran en esta historia.

Y así nació Rudo. ¿Año? Si mal no recuerdo, 1988.

Para mi, juzgar si uno la tuvo más fácil que otro, no corresponde… Pero si hay verdades, hechos y cosas que fueron de una determinada manera. Por ejemplo, el Piojo… El piojo sufrió. Sin tener la culpa de haber nacido con el pelo más largo que el de su madre, una dóberman pura, sufrió. A su padre, aquel vagabundo del que te hablé hace un ratito, nunca más lo vio. ¿Y lo peor? Es que ese desdichado can, aquella noche, la pasó bien, pero eligió no hacerse cargo… Y pobre Piojo, arrancó 1-0 abajo. Empezar a crecer sin la figura de un padre… Siempre es importante el padre, más en historias de canes. Porque el padre enseña a ladrar cuando hay que ladrar, a querer al amo, a ser fiel y compañero pese a las circunstancias y, sobre todo, a mover el rabo cuando el amo llega y a tenerlo entre las patas cuando se va.

Si querés otro ejemplo con hechos, te cuento el de Rudo. Un perro que se crió con un padre, una madre y hermanos, y todos de su misma raza. Es decir, mismo color de pelo, hocicos parecidos, ni hablar del pelo y la cola, diferentes gotas de agua, pero gotas de agua al fin. Y Rudo fue eso, un perro que nació en un ambiente cálido, protegido, lleno de seguridad y buena comida, porque la comida forma parte de un ambiente cálido. Y no es que hubo comida los primeros meses porque “era cachorro y tenía que crecer bien”, la tuvo siempre a disposición de sus manos porque en la casa “tenía que haber buena comida”.

Y apenas empiezo a meterme en la historia de Rudo, aparece esta otra, pobre, que me tiene un poco loco, más el vino, claro.

Es que el Piojo no la tuvo así de fácil, y qué queres que te diga… Me rompe un poco las pelotas. Porque este pobre can, con pelo distinto al de su madre (por ser hijo de un vagabundo) no la tuvo nada fácil y comió poco y nada, gran parte de su niñez. Y esto pasó porque en la casa de Daysi no les gustó un carajo que “sean hijos de un vagabundo” y lo echaron a la mierda a él y a sus hermanos. Y el Piojo, pobre, hizo lo que pudo. Seis de los seis eran más chicos que él y, encima la lleca, es decir, vivir en la calle. ¿Me entendés? El piojo, hecho mierda pobre, bancando a seis hermanos más, en la calle. ¿Y Rudo? Comiendo ProPlan. Pero ojo, no lo mal interpretes, con esto no quiero dividir las clases sociales, eso que está tan latente hoy, que siempre hay que estar de un lado o del otro, mientras la grieta nos come, sino que… No sé, viste, uno tan tan y el otro tan poco…

Y pasaron los años y lo que te voy a contar resulta obvio, porque no había mucha salida para uno, ni para otro.
El Piojo… El Piojo hizo cagadas, cagadas grosas en un ambiente perruno, del estilo de entrar en una carnicería y hacer lo que un perro de la calle puede hacer, o de morder a una vieja por una bolsa del supermercado con olor a carne picada, y cosas de esas, pesadas, que merecen una larga condena…

Y Rudo… Y Rudo siempre se mantuvo en el camino, de manual, lo adoptó una familia Tigrense, supo tratar a su dueño por demás de bien, los huesos del asado los comía en el pasto porque sabía que si los comía en el piso de la galería se armaba quilombo, y dormía en su cucha, no en el sillón… Un perro educado, pero educado en serio, por una buena familia de la que recibió amor del bueno, y pasaron los años y no hizo más que hacer feliz a su dueño.
¿Preocupaciones? Que se termine el ProPlan quizá… Pero no mucho más que eso.

Y el Piojo, cada vez más jodido. Y sus hermanos más chicos rogándole que haga algo para que puedan comer y ante semejante necesidad, no la pudo sostener y esta vez la cagó, la cagó en serio porque al boludo lo agarró la perrera Municipal y esta vez no la pudo dibujar. Ocho años adentro. De un saque. Ocho, sin condicional, sin asco, y el Juez David, esta vez, no tuvo piedad.

Lógico. ¿Lógico?

Lógico por el hecho, pero pobre Piojo, la necesidad tiene cara de hereje…

Y me retumba en la cabeza este temita de una historia y la otra. El Piojo y Rudo, ¿por qué uno tan difícil y el otro… la tuvo tan jodidamente jodida? Y no justifico ni a uno ni a otro, solo pienso este temita de nacer donde le toca a cada un nacer, sin elegir ni madre ni padre, ni hermanos, ni pelo, ni raza, ni comida, ni techo, ni un carajo.

Y ni hablemos del termómetro de amor, uno en 42º y el otro que no llegó ni a los 36º.

Y si la tuviste relativamente “fácil” o te marcaron el camino como a Rudo, hacé algo hermano, por los putos perros que la pasan como el carajo.

Y si la tuviste “jodida” o nunca te marcaron la cancha como a el Piojo, ojalá llegue algún Rudo a tu vida para hacerte ver el camino a seguir, ese que ni Daysi ni tu viejo vagabundo, te pudieron mostrar. Y además, lo puedas sacar a Rudo de su burbuja y se den un abrazo fuerte, y derriben los muros, sin prejuicios ni peros, aceptando que son sólo dos perros cuya historia, de ahora en más, tiene mucha relación.