La historia detrás de la historia

El sábado a la noche, después de alguna que otra copa de vino, me puse a escribir el relato de Anselmo Gutierrez. Me imaginé su vida, su cara, sus gestos, sus manos, el interior de su barco, nuestro saludo, nuestra amistad… y a esa historia le agregué algunos condimentos verídicos sobre mi vida. Y la pregunta llegó: ¿Anselmo Gutiérrez existe? Pensaba que no. Al menos “no” afuera de esa construcción que hice imaginando el personaje. Pero hoy, cinco días después de publicar su historia, puedo decir que existe. Fueron ustedes, a través de sus comentarios, los que me confirmaron que la realidad supera la ficción. “Con mis viejos desde hace más de 50 años tenemos una casita en el Carapachay, y pasaban dos lanchas almacén, Cachito y la Amancay, nosotros éramos clientes de Anselmo y el solo paraba en nuestro muelle, yo y mi hermano éramos chicos y ver todo lo que había adentro era una cosa increíble,  lo que le pidieras lo tenía, un gran tipo Anselmo”, me escribió uno de ustedes en las redes sociales. Otro agregó: “Gracias por comentar su historia lamento mucho lo de Anselmo, si es que algo le paso, saludos amigo”. También leí: “Muy bello relato!!! No dejes de correr Fede!!! Beso al cielo para Anselmo!!!”. Y “Honrar a Anselmo y seguir la vida”. En los chat familiares redoblaron la apuesta con comentarios del tipo: “Muy linda historia Fede, muy triste, recemos por él”, “Averiguaste algo más de Anselmo? Me intriga mucho”. 

Satisfacción y culpa, una dupla que suele venir de la mano… Culpa por no haber aclarado que el relato era ficticio. Y satisfacción por entender que el personaje tomaba vida. 

El miércoles a la tarde, antes del partido de Boca, caminé con un amigo hasta el muelle de Tedin y Paseo Victorica. Mientras miraba el río me di cuenta que “Cachito” volvía de su recorrido habitual.

Me empecé a reír, era una mezcla de nervios e inseguridad, porque se iba a poner frente a mí y sabía que no me iba a mirar si gritaba “¡Anselmoooooo!”. Le hice señas para que amarre sobre el muelle pero el hombre que timoneaba se limitó a mover el dedo como un péndulo. Lo corrí y no me dio bola. ¿Por qué iba a frenar por un loco barbudo que le suplica con las palmas juntas que amarre en el muelle? Era lógico que “Cachito” siga su camino. Ante la mirada de otros tomadores de mate y la vergüenza de la derrota, volví con la cabeza gacha hasta el banco donde estaba mi amigo. Me estaba yendo cuando “Cachito” tocó tres bocinazos, dos cortos y un último que duró el doble que los anteriores. Pucha que la vida tiene magia… El sábado había creado un saludo que nunca había escuchado entre un personaje ficticio y yo, y cuatro días después, lo escuché. 

–  ¿Escuchaste tres bocinazos? ¿Dos cortos y uno largo? 

– ¡Sí, lo escuché! Sin entender mucho qué pasaba con eso. 

Me desesperé, ¿se habrá enterado de la nota de Anselmo? ¿Por qué saludó así. Llegué ansioso a casa y me puse a googlear. Necesitaba el teléfono de “Cachito” Lo encontré en un blog del 2012. Anibal, número 1165… Llamé. Una vez, nada. Otra, nada. La tercera la intenté por WhatsApp.

¡Anibal! Dije. 

Perdón, no sé quién sos. Me dijo una voz de un hombre joven, pero cansado. 

– Perdón que te llamé tres veces, soy Federico, nos acabamos de ver en Paseo Victorica, soy el alto que te saludó, me gustaría contarte algo que me pasó y no lo vas a poder creer. Es sobre una nota que publiqué. 

El hombre que estaba del otro lado hizo silencio. Dos segundos tal vez. Sentí que en esa pausa se me jugaba la vida.

– Mañana hasta las 12 estoy en el Puerto de Frutos. Contestó y recuperé el aire. 

– Allí estaré. Cerré y pegué dos gritos a la nada. 

Me costó dormirme, no sabía cómo iba a reaccionar Anibal, si me iba a pegar una trompada por haber inventado a Anselmo y usar el nombre de su barco, si me iba a denunciar o qué… 

Ayer me levanté temprano, me saqué lo urgente de encima y salí para el Puerto con la computadora y un libro en mano. Me acerqué a la dársena uno, nervioso, y pregunté por Anibal. Pegaron dos tres gritos y enseguida asomó su cabeza y su cuerpo bajito y fortachón. Tenía cara de pocas pulgas. Cruzó un tablón, estiró la mano y antes de que abra la boca le conté todo lo que me había pasado. No lo dejé respirar, le pedí perdón por el atrevimiento y le pregunté si tenía un ratito para leerle el cuento de “Anselmo Gutierrez”. Contestó que sí y nos sentamos sobre un tablón, a pocos metros de “Cachito”. Llegando al final del cuento, se me entrecortó la voz por la cantidad de cosas que me cruzaban por la cabeza. Terminé de leer, lo miré y me sonrió como no lo había hecho antes:

Muy lindo Fede. Me dijo apretando mi mano con fuerza. 

– Aníbal, ¿por qué el miércoles tocaste tres veces la bocina? ¿Por qué dos cortas y una larga? 

Y, entre risas, contestó:

– No sé, siempre lo hago así; pero no puedo creerlo, igual que la historia que inventaste, esta es la magia de la vida. 

Nos quedamos hablando. Le conté historias de personas privadas de su libertad y anécdotas de la cárcel, él me contó que hace lo mismo pero con los perros abandonados de las islas, los alimenta mientras hace su recorrido por el Delta de Tigre. “Son 31”, me dijo orgulloso. Mientras lo escuchaba, advertí que lo sentía mi amigo. Me invitó a hacer el recorrido en “Cachito” algún día de semana. Nos despedimos. Lo saludé algo tibio, por la vergüenza quizás, y me regaló un abrazo fuerte y sentido.

La vida es mágica cuando se alienan las historias.