La señora del tren

Es tarde, pero no tan tarde como otros trenes. Llegué a retiro después de cursar Inglés, de escuchar otro idioma, de hablar otra lengua. Debo confesar que huí de la cárcel en el recreo, con el consentimiento de la Miss: «I have a fever» le dije, con una sonrisa compradora y cara de enfermo. Es real, debo andar en los 38°. Estar en Retiro con fiebre puede ser casi el mismísimo infierno. El cartel indica que mi tren saldrá dentro de 37 minutos. Por suerte él ya esta estacionado y puedo sentarme. De a ratos estornudo, de a ratos transpiro, de a ratos muero y de vez en cuando resucito. En el iPod suena uno de los mejores discos de Pink Floyd, «The final cut». En frente mío esta sentada ella, la señora de las 8 décadas (mínimo). Pelo blanco, anteojos anchos (como culo de botella), cejas negras, cachetes caídos, sweater celeste, pañuelo rosa, camisa blanca, pollera negra y unas Topper blancas, para mantener la elegancia.

Algo me dice que esta señora vivió más de lo que una persona puede imaginar vivir. Su infancia fue buena, por no decir dorada. Su adolescencia, a juzgar por sus zapatillas, fue rockera, creo que tocó el piano en una banda de rock metal. Anduvo en las drogas un tiempo, pero pudo salir. Se recuperó, sanó y conoció a Don Pedro, con quien se casó. Vivieron en Ushuaia, en donde tuvieron 2 hijos. Quisieron tener más pero el presupuesto no los acompaño. Él, mecánico. Ella, profesora de música. Se cansaron del frío y vinieron a probar suerte a Buenos Aires. 

A juzgar por sus manos, ella sabe hacer ricas empanadas.

Sigamos con la historia: fue profesora en un colegio en Tigre hasta hace dos años. Enseñó música pero, sobre todo, enseñó valores. Les dio a sus alumnos cátedra de como e vivía en tiempos pasados. Les dijo que ella nunca le contestó mal a un profesor, y sus alumnos nunca lo hicieron con ella. Predica desde el ejemplo. Fue la más querida de la Institución, de hecho, le hicieron una estatua en el patio. Debe ser fácil enseñar con esa sonrisa de abuela perfecta. Sus dos hijos se casaron y le regalaron siete nietos. Por la bolsa que trae en sus manos, llena de revistas infantiles, debo afirmar que los hijos de sus hijos la mantienen viva. ¿Ellos? La quieren mucho.
Don Pedro murió hace 7 años. Quedó viuda. Como puede paga sus impuestos, es de la vieja escuela, todo debe quedar en $0.- Desconfía del gobierno, no sabe por que roban tanto, siento que su inocencia vive en ella desde su juventud (a pesar de su época rockera). Cuida sus pertenencias. Tose. Y observa su perímetro. En la pollera tiene pelos de gato, creo que tiene dos y uno es Siamés. 

No tiene iPhone, ni iPod, ni iPad. De a ratos creo que es feliz, a pesar de no tener a su marido cerca. De a ratos creo que su cara es de enojada, presiento que se olvidó de pagar la luz. 

Se levanta, llegó el fin de su viaje, no del mío. Me sonríe, sabe que le dediqué esta nota. Nos miramos a los ojos. Me sugiere que nunca deje de disfrutar la vida, pero insiste en que lo haga con una sonrisa, como la de ella.

«Adiós, señora.»

seniora