Melancolía de un gurí

Era su primer hijo.

Él, padre nervioso y ansioso.

Ella, llena de temores pero con el amor que sólo una mujer que se está por convertir en madre puede tener.

Ambos, con la ilusión intacta.

A los pocos días de confirmar la noticia de la llegada del gurí, ella compró un CD con música infantil para empezar a ponerse en clima. Él, de un lado para el otro, en pleno trajín laboral y con la preocupación de tener que mantener a su primer hijo.

Aquel CD sonó por primera vez en el estéreo del auto cuando el gurí llevaba en la panza de ella no más de tres semanas…

Pasaron los meses, ella se subía al auto entre tres y cuatro veces por día. En cada trayecto, sonaba aquel pedazo de plástico en un volumen tranquilo, con melodías suaves y armoniosas, acorde al crecimiento del gurí.

Así fue durante toda la gestación; mismo auto, mismos trayectos, mismo CD, mismas canciones, mismos sueños intactos de tener al primer hijo en brazos.

Y llegó el noveno mes, aquel trayecto del día ya planeado cambió por un nuevo destino: el hospital. Él manejando rápido, ella gritando con los nervios lógicos de una madre primeriza. Instantes que son fugases, recuerdos que no se olvidan jamás.

Hora después, el gurí explotó en llanto cuando llegó por primera vez a este mundo, ni ganas tenía el pobre de salir de aquel lugar tan único como lo es la panza de una madre, acobijado por el amor absoluto de las caricias de ella y adormecido por la música que estaba en aquel CD, llena de melodías suaves y armoniosas.

Pasaron los meses, el pedazo de plástico decía presente en todos los trayectos cotidianos de ella. Él, descubriendo un amor paternal que nunca pensó que podía tenerlo. Una familia que daba sus primeros pasos.

Pasaron los primeros 3 años del gurí, ya caminaba, corría, reía, lloraba, era feliz, mientras que aquel CD lleno de canciones de melodías suaves y armoniosas seguía sonando…

Hasta que un día, sin fecha en el calendario, sin recuerdos que lo afirmen, el auto se vendió… Pero hubo algo peor que aquella partida de un conjunto de chapas con ruedas; fue el abrupto adiós de aquel CD, donde la música tranquilizaba al gurí hasta dormirlo.

Ni él, ni ella, ni el gurí volvieron a saber de la vida de aquel pedazo de plástico redondo, su destino era incierto, nadie se acordó de él.

Pasaron 9 años de aquella partida… en un viaje cualquiera, el auto buscaba un destino: las vacaciones. La ruta, con lomadas, formaba un paisaje único con un perfecto testigo: el sol cayendo. Él, manejaba tranquilo mientras ella miraba por el espejo derecho a su gurisa, de unos pocos años, que lloraba porque tenía sueño. El gurí, sentado en el asiento de atrás, en perfecta simetría con el espejo retrovisor para poder tener una mirada cómplice con su padre en caso de que su madre lo rete.

La gurisa no cesaba el llanto. Ella, agotando las alternativas para conseguir algo de paz, sacó de la guantera un pilón de CD´s viejos.

Sin saberlo y al azar, introdujo un pedazo de plástico redondo y apretó en la tecla “Play”. Empezó a sonar una canción llena de melodías suaves y armoniosas. Él la miró a ella y le dijo: “¿Te acordás de tu primer embarazo? Escuchábamos siempre esto” y ella con una sonrisa afirmó.

Él miró por el espejo retrovisor para hacer una maniobra y se encontró con el gurí lagrimeando, con las rodillas en el pecho y los brazos entrelasados:

  • ¿Qué te pasa?
  • Nada papá…
  • ¿Por qué llorás?
  • Lo que pasa es que esta música me hace sentir como un bebito indefenso, cómo si estuviera en la panza de mamá y no puedo parar de llorar…

Aquel pedazo de plástico redondo llevaba en su interior canciones con melodías llenas de melancolía, sentimiento demasiado fuerte para un gurí que lo único que quería era volver a la panza de su madre.

El poder de la música.

PD: Negro, Julie y Bauti, gracias por la historia.