Todos buscamos la libertad

Revista Try MundialNota publicada en Try Mundial.

Cuando el rugby se convierte o es utilizado como recurso de integración, se descubren auténticos valores de la vida. La historia de Los Espartanos, el equipo conformado íntegramente por reclusos, es un ejemplo conmovedor. La necesidad de involucrarse queda como mensaje para toda la sociedad; porque ningún muro puede desacreditar la igualdad. 

Un viernes cualquiera, después del habitual rezo del Rosario en el pabellón 8 de la Unidad Nº 48 de San Martín, Eduardo “Coco” Oderigo nombró la lista de los veinte Espartanos que iban a salir a jugar al día siguiente con San Andrés. El clima era algo ambiguo, los nominados festejaban con cordura por respeto a los que tenían que quedarse en el pabellón, y los que se iban a quedar debían apoyar sabiendo que no sólo se perderían la oportunidad de jugar, sino de algo más… Esto pasa antes de cada partido que Los Espartanos salen a jugar fuera de la cárcel, los que salen y los que se quedan lo entienden, son las reglas de juego.

Pasaron las horas, atrás quedó ese momento incómodo de la elección de jugadores, llegó la hora de dormir. Cada uno estaba en su celda, acostado, con los ojos abiertos hasta altas horas de la noche porque sabían que traspasar los muros para ir a jugar era un privilegio, sobre todo para internos con condenas de 10, 15, 20 años o más.

Para un Espartano “salir a jugar” es una victoria. Porque detrás de la lista de nominados hay mucho esfuerzo, buen comportamiento, respeto, disciplina, trabajo, humildad y compañerismo, valores que no suelen verse a diario en nuestra sociedad y mucho menos en una cárcel de máxima seguridad.

Ese mismo viernes había también muchas otras personas que estaban en sus camas con los ojos abiertos hasta altas horas de la noche, pero no estaban en una celda sino en sus casas. Eran los jugadores de San Andrés. Algunos del plantel superior y otros “veteranos”, pero todos con los mismos interrogantes dándoles vueltas por la cabeza: ¿Cómo serán los presos?, ¿habrá bastantes policías por las dudas de que pase algo?, ¿Y si alguno saca alguna faca en pleno scrum?, ¿y si vienen de todas las villas a copar el club..?

Llegó el sábado, momento de enfrentarse a lo desconocido, de darle respuesta a cada una de las preguntas, de dejar los prejuicios de lado y “que sea lo que Dios quiera…”, pero todos pensando en algo en común: un partido de rugby.

Los ómnibus del servicio penitenciario estacionaron en el predio de Benavídez, los autos de diferentes marcas también. A simple vista las diferencias eran gigantes. Los Espartanos se bajaron y comenzó el mismo ritual que comienza cada vez que llegan a una cancha de rugby de algún club argentino: miran para todos lados con cara de asombro y felicidad , valoran cada centímetro de césped de la cancha, ven los árboles moverse por el viento, sienten en el rostro la brisa fresca de una libertad momentánea, conocen gente distinta y, lo más importante, ven a sus familiares que los van a visitar (los van a ver hacer algo bien, algo bueno, ejemplar).

Los jugadores de San Andrés comenzaron el mismo ritual que comienzan cada vez que tienen un partido de rugby, ponerse los botines, las medias, el pantalón y la camiseta, motivarse (arengarse) y salir a la cancha a dejar todo.

Pasaron los minutos, los botines atados, las camisetas adentro del pantalón y, por primera vez, todos juntos en la mitad de la cancha. Los policías (con itacas en mano), al costado de las líneas perimetrales, eran testigos de ese momento único. Llegaron los primeros saludos, que no tardaron en convertirse en abrazos, y las sonrisas fueron tomando protagonismo. Algo se respiraba en el aire y era la palabra “encuentro”. 

Cuántas historias de vida tan diferentes, qué mezcla gigante de personas de distintas clases sociales, qué contraste tan grande entre unos y otros, pero todos unidos por una pelota de rugby. Y cuando llegó el momento del kick-off inicial todas esas diferencias desaparecieron y se convirtieron en 30 jugadores de rugby con un solo objetivo: disfrutar de ese encuentro

El cielo estaba gris, el frío y la llovizna se hicieron presentes. El terreno embarrado, el escenario era ideal para llenarse de barro en cada tackle. El partido se volvió anecdótico, más allá de que el resultado favoreció a San Andrés por 21-14 lo más importante tuvo que ver con todo lo que sucedió alrededor de ese encuentro. Llegó el tercer tiempo, el momento en que todos se unieron una vez más: presos con sus padres, hijos y sobrinos y jugadores de San Andrés con sus padres, hijos y sobrinos…

Todos embarrados y en igualdad de condiciones por un rato, sonriendo y compartiendo testimonios. El presidente del club anfitrión le entregó una camiseta al hijo de un Espartano (Johnny), para que cuando éste salga en libertad pueda jugar en el club con su hijo.

Gaby, el capitán de Los Espartanos, le entregó la Virgen del Rugby al presidente de San Andrés, la Virgen a la que le rezan todos los viernes en el pabellón 8 acompañados por gente de afuera compartiendo experiencias únicas.

En octubre de 2015, los Espartanos (20 voluntarios y 10 ex presos) fueron a visitar al Papa Francisco, estuvieron más de una hora y media en el living de su casa. Entre tantas palabras que se compartieron en ese encuentro hubo una que salió de la boca de Francisco y quedó resonando en la cabeza de todos: “integración”. El rugby se está metiendo en las cárceles argentinas para integrar a la sociedad a todos, y cuando la ovalada pasa por algún pabellón, ni los presos ni los entrenadores y voluntarios (denominados “los de la calle”) vuelven a ser los mismos. Algo pasa, los presos se sienten libres y los de la calle se liberan de los prejuicios. La libertad parece estar en cada entrenamiento, en cada partido, en cada encuentro. Y la libertad integra, porque se empiezan a formar vínculos.

Con Andrés GallinoTodo lo que hay en un encuentro de rugby cuando actúan Los Espartanos es integración. Pero siempre se necesita de la otra parte y fue el “sí” de los jugadores de San Andrés (en este caso) lo que permitió concretar esta grandiosa experiencia. Hay responsabilidad de ambas partes para comprometerse en intentar cambiar la situación actual.

Andrés Gallino, uno de los tantos jugadores de San Andrés que estuvo ese sábado, compartió su reflexión sobre aquella maravillosa aventura con Los Espartanos: “La más grande que puedo sacar, rescatar, es la importancia de ayudar a la gente que esta presa. Uno cree que cuando entran a una cárcel se acaba el problema, pero en realidad ahí comienza nuestro problema como sociedad. Lo que me enseñaron Los Espartanos es que hay que hacer, accionar, ocuparse e involucrarse para poder salir adelante todos juntos”. 

Palabras sinceras, correctas y que dejan un claro aprendizaje: sin duda, hay que involucrarse, y hoy es el rugby una de las herramientas principales.

Y también Johnny, uno de Los Espartanos, hizo referencia a lo que significó el encuentro con San Andrés: “Para mi fue un partido especial, porque no solamente pude ver a mi hijo ese día, sino que también fue el cumpleaños número 62 de mi mamá. La pasé muy bien, muy lindo, muy emotivo. La reflexión que puedo hacer es que vale la pena vivir y no importa en qué condiciones estés; si estás con tus seres queridos no importa dónde estés. Por un momento me olvidé que estaba preso. En el momento en el que todos Los Espartanos y los jugadores de San Andrés le cantaban el feliz cumpleaños a mi vieja, y encima le entregaron una camiseta a mi hijo, me di cuenta que vale la pena vivir la vida. Cuesta día a día lucharla, pero vale la pena estar vivo. Después de tanta pelea, sacrificio y batallas, vale la pena vivir”. 

Las vidas se transforman. A Andrés le cambió la percepción sobre un preso, y a Johnny le cambió la percepción de la vida. Apenas dos casos de los muchos que hay. El sí de Andrés a involucrarse y el sí de un Espartano a cambiar su estilo de vida, hacen encuentros como el de Los Espartanos y San Andrés totalmente únicos, llenos de historias como ésta. El rugby es integración, sólo hace falta involucrarse. Que ningún muro (de ladrillos o interior) represente un límite para sentirnos y mostrarnos iguales. Porque todos tenemos esa necesidad de sentirnos libres, más allá de la realidad en la que estemos inmersos. Todos buscamos la libertad.